-¿Cuánto
tiempo lleva ahí sentado?
-Creemos que
desde que finalizó el partido.
-¡¿El que se
disputó ayer?!
- Sí, ese
mismo…
Era la primera vez que pisaba el estadio "Viejo
Andén" y también podía decirse que era la primera vez que pisaba un
estadio de fútbol. A mis veintisiete años nunca me había interesado por ese
deporte, exceptuando los tiempos en que ser futbolista formaba parte de la
simplicidad con la un niño de seis años ve el mundo. No podía compararlo con
otros, pero me pareció desmesurado para un pueblo tan modesto como parecía ser
Arroyo Blanco. Estaba claro que alguien había realizado una fuerte inversión en
él, parecía ser el antojo y el capricho de algún ricachón.
Antonio López, de unos ochenta y cinco años, vecino de
Arroyo Blanco, permanecía sentado en la grada izquierda, como bien me habían
prevenido sus familiares, inmóvil, con la mirada fija en el césped del campo.
Mientras me acercaba a él, me dio tiempo a echar otro vistazo alrededor y pude
contemplar la grandiosidad del estadio. En tamaño, nada tenía que envidiar a
los de la capital.
Me senté junto Antonio y, como era de esperar, ni se
inmutó. Seguía inmerso en su mundo sin afectarle lo que a su alrededor pasara,
aunque sus ojos se movían ligeramente, recorriendo el campo de una portería a
otra. Le observé durante cinco minutos hasta que decidí deshacer el silencio
que nos rodeaba.
-Hola
Antonio -le saludé-, mi nombre es Alberto Castro, soy el nuevo médico de Arroyo
Blanco, me envía…
Antonio no me dejó acabar la frase, alzó el brazo
llevándose a la boca el dedo índice de su mano derecha para pedirme silencio.
Ignoré aquella petición y rompiéndolo de nuevo - era evidente que Antonio no
estaba tan mal como sus familiares habían descrito – seguí hablando.
- ¿Por qué
está usted aquí todavía?
Antonio
cambió la postura para dirigirme una mirada y dedicarme sus primeras palabras.
- Tu no lo entiendes, chico, ni siquiera eres
de aquí.
La voz de
Antonio sonó triste, tan triste como las voces de otros vecinos de Arroyo
Blanco que habían depositado una vez más sus esperanzas en un partido de
fútbol. El equipo local, "los Cobra", habían perdido de nuevo, ya
sumaban ocho derrotas consecutivas y, de seguir así un par de jornadas más, el
descenso estaba asegurado.
Miré a
Antonio sin saber muy bien qué decir porque, en aquel momento, ni si quiera
estaba seguro de que eso formara parte de mi trabajo como médico del pueblo y
lo único que pude afirmar fue lo que él había dicho, que no, que no lo
entendía. Pero escucharía gustosamente una explicación.
La respuesta
debió de convencer a Antonio porque le sacó de su trance y, acto seguido, me
contó lo siguiente:
-¿Ves este estadio, hijo? Fue construido hace sesenta años. Por estos terrenos antes pasaban las vías del tren que llevaban a la capital. Estas vías estuvieron funcionando muchos años, hasta que un día, desgraciadamente, un accidente se cobró la vida de veinte personas, la mayoría habitantes de Arroyo Blanco. Dijeron que el causante de ese accidente fue el mal estado de las vías, así que esa fue la última vez que un tren pudo circular por ellas. En memoria de las víctimas, se cercó el terreno y se levantó un pequeño monumento para recordarlas. Pero unos años más tarde, volvió al pueblo Rogelio, el hijo del alcalde, que había hecho una fortuna en Perú y que quería hacer algo para obsequiar al pueblo por el buen trato a su familia, aunque más bien lo hacía para que siempre fuera recordado. Se le ocurrió la idea del estadio. Y tuvo que hacerlo aquí, precisamente, porque esta es la única zona llana del pueblo que tiene las dimensiones adecuadas. De primeras protestamos e intentamos impedir su construcción por respeto a las víctimas, pero el dinero que nos dio, la idea de tener nuestro propio equipo local y una distracción en el pueblo, añadida a las primeras victorias del equipo, hizo que todos los habitantes de Arroyo Blanco nos olvidásemos por completo de los difuntos. La alegría nos duró bien poco. Porque ese equipo ganador, comprado a golpe de talonario, que tantas alegrías nos había prometido, cada vez que jugaba en "Viejo Andén" parecía perder toda su magia y la derrota estaba asegurada. "Los Cobra" son el cuarto equipo que se atreve a jugar aquí y van por el mismo camino que los demás, el descenso. Está claro que “ellos” quieren que les dejemos tranquilos.
-¿Ves este estadio, hijo? Fue construido hace sesenta años. Por estos terrenos antes pasaban las vías del tren que llevaban a la capital. Estas vías estuvieron funcionando muchos años, hasta que un día, desgraciadamente, un accidente se cobró la vida de veinte personas, la mayoría habitantes de Arroyo Blanco. Dijeron que el causante de ese accidente fue el mal estado de las vías, así que esa fue la última vez que un tren pudo circular por ellas. En memoria de las víctimas, se cercó el terreno y se levantó un pequeño monumento para recordarlas. Pero unos años más tarde, volvió al pueblo Rogelio, el hijo del alcalde, que había hecho una fortuna en Perú y que quería hacer algo para obsequiar al pueblo por el buen trato a su familia, aunque más bien lo hacía para que siempre fuera recordado. Se le ocurrió la idea del estadio. Y tuvo que hacerlo aquí, precisamente, porque esta es la única zona llana del pueblo que tiene las dimensiones adecuadas. De primeras protestamos e intentamos impedir su construcción por respeto a las víctimas, pero el dinero que nos dio, la idea de tener nuestro propio equipo local y una distracción en el pueblo, añadida a las primeras victorias del equipo, hizo que todos los habitantes de Arroyo Blanco nos olvidásemos por completo de los difuntos. La alegría nos duró bien poco. Porque ese equipo ganador, comprado a golpe de talonario, que tantas alegrías nos había prometido, cada vez que jugaba en "Viejo Andén" parecía perder toda su magia y la derrota estaba asegurada. "Los Cobra" son el cuarto equipo que se atreve a jugar aquí y van por el mismo camino que los demás, el descenso. Está claro que “ellos” quieren que les dejemos tranquilos.
Cuando
Antonio pronunció la palabra “ellos” miró de nuevo al campo. Estaba claro que
se refería a las personas que fallecieron en el accidente. Lo dijo con tanta
seguridad que, a pesar de no creer en este tipo de fenómenos, me hizo mirar fijamente
al centro del campo y, por un momento, cuestionarme mis creencias.
Nunca podré
olvidar aquella conversación con Antonio. La presunta maldición de la que me
habló, cierta o no, había alcanzado ya a cuatro clubes en el estadio
"Viejo Andén", incluidos "Los Cobra", que descendieron esa
misma temporada. De esto hace ya diez años pero hoy la alegría colectiva nos
dice que puede ser un gran día para Arroyo Blanco. Los Rojos han elegido,
contra todo pronóstico, el estadio de "Viejo Andén" como sede para jugar.
El pueblo vuelve a tener equipo. Esta noche, las luces del "Viejo
Andén" volverán a brillar con la misma fuerza e ilusión de antaño, los
vecinos se vestirán de rojo y bajarán al estadio, incluido yo, haciéndonos la
misma pregunta: ¿serán capaces Los Rojos de acabar con la maldición?
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