Si
algo está claro es que las nuevas tecnologías acercan a las personas
que más distantes están y alejan a las que más cerca se encuentran.
Silvia
era consciente de ello, desde que había descubierto el chat en Internet
se pasaba horas a diario hablando con desconocidos, algunos no tanto
después de varios meses conversando con ellos, aunque nunca tuviera la
certeza de saber cuánta verdad había en lo que le contaban. A Silvia
aquello poco le importaba, ella ocupaba sus tardes solitarias sentada
delante del ordenador y, a veces, incluso, se permitía el lujo de poder
ser una persona totalmente diferente, porque ella, en contra de su
principio de sinceridad, también jugaba de vez en cuando a ser quien no
era y aquello le producía cierto bienestar.
Cuando
conoció a Lucas, o a la persona que se hacía llamar Lucas en el IRC,
algo cambió. Desde el primer momento sitió una conexión bastante
especial con él y, por lo que parecía, Lucas también debía de sentirla
porque allí estaba, puntualmente conectado todos los días a las siete de
la tarde, esperándola. Pasaron meses intercambiando opiniones y
compartiendo sus vidas. Casi todos sus gustos coincidían, incluso alguna
de sus manías como la de tomar siempre el café solo, en vaso mediano y
con dos azucarillos. A diferencia de lo que uno pudiera pensar, el virus
del amor se fue transmitiendo bit a bit y llegó directo al corazón de
Silvia.
Aquella
relación era perfecta, o por lo menos así lo sentía ella que, tras su
jornada de trabajo, deseaba llegar a casa para hablar con Lucas, sin
hacer caso a sus amigos que no consideraban aquella relación algo sano
puesto que la estaba alejando bastante de mundo que ellos consideraban
real. Pero a pesar de toda aquella perfección, el primer dilema de
Silvia llegó el día en que Lucas le mandó una fotografía suya y le pidió
que hiciera lo mismo para poderla conocer físicamente. Silvia había
intentado retrasar aquel momento en varias ocasiones, porque pensaba que
aquel intercambio de instantáneas podría acabar con aquellas tardes
mágicas y, total, la probabilidad que tenían de encontrarse o de verse,
tal cual transcurrían sus vidas, era nula.
Aquella
tarde Silvia se miró al espejo varias veces, se examinó de arriba abajo
y no le gustó lo que vio, imposible enviárselo a Lucas y menos ahora
que ella había visto su foto. Su imagen había mejorado con creces el
Lucas perfecto que ya ocupaba su mente y, por primera vez en su
relación, Silvia prefirió incurrir a un pequeño engaño y buscó una foto
de su mejor amiga Marta, a la cual consideraba bastante guapa, para
enviársela. A fin de cuentas, ¿llegarían a conocerse algún día? La
distancia que los separaba y las probabilidades de encontrarse eran
bastante pequeñas y, aunque estaba enamorada de él, a Silvia aún le
quedaba un poquito de sentido común y era consciente de que aquella
relación no tendría futuro.
Aquella
fotografía le costó a Silvia varias conversaciones escuchando lo guapa
que era. Bueno, lo guapa que era Marta. Según avanzaban los días, el
malestar por haber mentido a Lucas sobre su aspecto físico se
incrementaba y el día en que decidió decirle la verdad sobre la foto fue
demasiado tarde. Ese día Lucas le comunicó que iría a su ciudad, por
cuestiones de trabajo, a pasar una semana, y que podrían quedar a tomar
un café a la misma hora en que se sentaban delante de sus ordenadores
para iniciar la charla diaria.
Desde
luego, si alguien podía hacer algo así por Silvia, no podía ser otra
que su mejor amiga que, compadeciéndola, decidió hacerse pasar por ella
en la cita, al fin y al cabo habían estado toda la vida juntas y conocía
a Silvia tanto como sí de su hermana se tratara. Obviamente, Silvia
eligió el Café Central, del que tanto había hablado a Lucas, y puso al
día a Marta de las últimas novedades de su amigo. Se citaron en la
puerta principal del café a las siete de la tarde.
Silvia
entró en la cafetería y eligió su sitio como quien va a ver un
espectáculo. Se encontraba nerviosa y no sabía muy bien cómo iba a salir
de aquel jaleo. Pidió su café, solo, en vaso mediano y con dos
azucarillos, y esperó a que Marta entrara con el hombre de su vida.
Cuando
los vio aparecer a los dos juntos, irónicamente, pensó que hacían buena
pareja, aunque obviamente era a ella a quien le hubiera gustado estar
allí pero, su cobardía la había relegado a aquel puesto de espectador.
Se sentaron tres mesas hacia su derecha, lo suficiente para que Silvia
pudiera ver de frente a Lucas. Marta pidió su café solo, en vaso mediano
y con dos azucarillos imitando los gustos de Silvia pero Lucas pidió
simplemente un descafeinado en taza y aquel pequeño detalle llamó la
atención de Silvia. Los dos se reían, parecían que se lo pasaban
estupendamente, eso probaba que Marta debía de estar haciendo bien el
papel de Silvia porque Lucas no parecía extrañarse por nada. Pasada
media hora, consciente de lo absurdo que era ser espectadora de su
propia cita, Silvia se dio cuenta de que alguien la miraba. Un hombre
atractivo, no tanto como Lucas, estaba sentado dos mesas a su izquierda y
cruzaba las manos sobre un vaso mediano y los restos de papel de dos
azucarillos, iguales a los que había en el platillo de su café. Por
primera vez aquella tarde, Silvia esbozó una sonrisa, se levantó
lentamente de su asiento y se acercó a aquel hombre.
—Hola, soy Silvia Martínez, ¿te importa que me tome el café contigo?
Hacía algún tiempo que no pasaba por aquí. Me gusta este relato, me gusta mucho. Quiën sabe, quizás salieran de aquella cafetería dos parejas.
ResponderEliminarUn besazo, Anita.
Una historia muy real, conozco varias del mismo tipo..
ResponderEliminarEl tema del engaño.Es humano y perdonable. Besos Ana , enhorabuena..