Vuelve a ser
de día, el sol comienza a quemar mi piel y me doy cuenta de que hoy va a ser
una jornada calurosa. Me dirijo sigilosamente hacia el pequeño río que encontré
hace unas horas, cualquier ruido podría ponerme en peligro. El agua me resulta
fresca y agradable. Limpio los restos de sangre que recorren mi brazo izquierdo
y verifico que está cicatrizando correctamente. La Organización no ha
dado ninguna información, todo sigue igual que ayer, eso significa que somos
tres supervivientes y sólo uno podrá ganar el juego y conservar su vida. Cuando
me eligieron, no esperaba llegar a este punto, supuse que caería en el primer
combate y lo único que me preocupaba era no sufrir demasiado. Ahora creo en mis
posibilidades, confío en salir con vida de este juego, de esta isla donde he
sido destinada. La única información que recibo del exterior es el recuento de
concursantes en forma de pequeñas explosiones que dejan un rastro efímero de
humo en el cielo. No tengo ninguna estrategia, creo que no sería posible
tenerla, habría que estudiar muchas variables y mi poca fuerza ya no me permite
casi planteármelas. Mi principal objetivo es conseguir algo de comida, aun
teniendo la suerte de no ser encontrada por los otros concursantes podría morir
si no me alimento pronto.
La Organización,
antes de dejarme en la isla, me proporcionó una mochila con algunas
herramientas. Sabían que manejaba bien el cuchillo, siempre estudian antes a
sus victimas y les proporcionan algo que les pueda ser útil, algo con lo que
aumente su probabilidad de supervivencia en el escenario que han creado. No
sería divertido para ellos que sus concursantes muriesen sin presentar ninguna
lucha. Reviso las trampas que hice con el resto de los utensilios que me
facilitaron, pienso que, con un poco de suerte, algún conejo habrá quedado
atrapado y eso será suficiente para mantenerme un par de días en la isla,
aunque parece que la fortuna no está de mi parte, por lo menos no hoy, porque
las trampas parecen seguir vacías.
Me acerco un
poco más, quiero comprobar que todas ellas sigan correctamente instaladas y que
no hayan saltado a consecuencia de alguna rama desplazada por el viento. Me
sorprendo, una de ellas está abierta y no parece que sea accidentalmente, todo
lo contrario, está rajada a conciencia, como si alguien la hubiera descubierto
y se hubiera apropiado de su presa. Unos cuatro centímetros a la derecha me
percato de una pisada, parece muy reciente. Mis músculos se tensan, todo el
miedo general que he sentido hasta ahora se condensa en la figura que asoma detrás de los árboles y,
por acto reflejo, levanto la mochila para protegerme la cabeza, una flecha se
clava en ella. Aprovecho el subidón de adrenalina para lanzar mi cuchillo en
dirección a aquella silueta y, apenas pasa un segundo, oigo el grito del
concursante mientras veo cómo rápidamente se desploma. Me tiemblan las manos,
no es la primera persona a la que mato en este juego, nunca podré acostumbrarme
a ello aunque el motivo sea la supervivencia. Mientras recupero mi cuchillo,
nos recuerdan que ya sólo quedamos dos.
Llegados a
este punto del juego, la Organización siempre reduce el escenario para
provocar el encuentro directo de los concursantes. Así, podrán disfrutar del
último duelo lo antes posible. Nos conducen mediante una nueva señal de humo
hacia un punto donde dará lugar el combate final. Muchas son las ideas que se
me pasan por la cabeza mientras camino hacia ese claro, ¿Y si después de todo
este sufrimiento no lo consigo? Imagino que mi adversario sentirá algo parecido,
él también querrá vivir. Voy tan absorta en mis pensamientos que he bajado la
guardia. Una explosión bastante cercana hace que me eleve medio metro y caiga
bruscamente en el suelo. Por suerte, puedo moverme y lo hago mientras el
zumbido del oído derecho disminuye lentamente. Granadas, pienso, esa es su
arma, pero afortunadamente ha fallado. Cuando intento incorporarme, una bota
aparece en mi campo de visión y de nuevo, instintivamente, hago un movimiento
que me permite reducir a mi adversario dejándolo debajo de mi cuerpo con el
cuchillo afilado apuntando a su garganta. Lleva un pasamontañas puesto y tan
sólo puedo ver sus ojos, parece joven, demasiado joven para haber sido elegido
por la Organización, pero no me extrañaría nada, esos despreciables
seres pueden llegar a ser muy crueles. Por alguna extraña razón su mirada
suplicante me resulta familiar y eso me lleva a quitarle la tela que
cubre su cabeza. Vuelvo a mirarle a los ojos, veo el pánico en su rostro,
él también puede verlo en el mío. Suena un disparo en el aire, la Organización
quiere que remate la faena, ya imagino a todos esos desalmados, sentados en sus
butacas, disfrutando de la escena a la vez que gritan eufóricos,
"¡Decídete ya!, ¡Mátalo de una vez!, ¿A qué esperas?". Pero
esta vez es diferente, no puedo hacerlo. Decido dejar caer el cuchillo a un
lado, consciente de la consecuencia que eso tiene, y me siento junto al chico
de 15 años cuya respiración parece tranquilizarse. Pienso en lo cerca que he
estado de conseguirlo y me convenzo de que la decisión es la acertada, hay
cosas que superan el instinto de supervivencia. Cierro los ojos y, aunque
sé que no sirve de nada, rezo mientras siento el frío metal atravesando mi
cuerpo. Las últimas palabras que puedo escuchar son “Gracias, hermana”.
(Basado en el libro "los juegos del hambre")
(Basado en el libro "los juegos del hambre")
Nucky, qué subidón!!...Es buenísimo este relato de principio a fin. Mantiene el interés y la tensión todo el tiempo y al final queda esa gran decisión tan...humana. Me ha encantado.
ResponderEliminarMare.
Es trepidante.. buenísimo Nucky
ResponderEliminarUn abrazo