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lunes, 27 de mayo de 2013

EL CARTERO LOCO


Era el cartero y todo el mundo lo conocía por Fernandito. Desde muy joven, se había encargado de repartir el correo en Casamentera, el pueblo que le vio nacer. Muchos lo consideraban el tonto del pueblo.

Todas las mañanas recorría las calles en el mismo orden, nunca alteraba su ruta. Su recorrido empezaba en la Calle Chica y finalizaba a eso del mediodía en la Plaza Mayor. Allí se sentaba a descansar mientras admiraba la iglesia, una construcción que siempre le había llamado la atención por sus elevados muros.

Mientras trabajaba, soportaba las burlas de los vecinos. Sin enfadarse, les decía que él haría algo grande y que sería recordado por ello. Este tipo de declaraciones animaban a los demás vecinos a continuar con sus mofas a las que Fernandito no hacía ningún caso. Formaban parte de su vida cotidiana.

Un día, mientras estaba haciendo la ruta, tropezó con una piedra. Probablemente fuera una piedra corriente pero, por alguna razón, a Fernandito le llamó poderosamente la atención. Ese día, cuando llegó a la Plaza Mayor, pasó bastante tiempo contemplándola y comparándola con las que componían la iglesia. A partir de ese día, su escrupulosa rutina cambió. Comenzó a hacer la ruta acompañado de una carretilla donde llevaría las cartas que tenía que repartir. Según se iba desprendiendo de ellas, iba cargando la carretilla de todo tipo de piedras. Los vecinos le observaban atónitos empujar su carretilla y como era de suponer, aquello fue otro elemento más de burla. A Fernandito le daba igual, a veces, se paraba y les decía: “Reíros, ya veréis, he comenzado mi obra”. A lo que muchos le respondían con tono burlesco “Di que sí, Fernandito, tú a lo tuyo” y en un tono más bajo, para que no pudiera oírles, acabarían diciendo “Más tonto no se puede ser” mientras dejaban escapar una tímida carcajada.

Pero a Fernandito esto no le impidió seguir con su obra y así, como si de algo normal se tratara,  aprovechaba su ruta diaria para recoger las piedras y, con el paso del tiempo, durante la noche, iba elevando una especie de muralla a las afueras del pueblo en un terreno que heredó de sus padres. Una muralla, que poco a poco se fue convirtiendo en una compleja construcción, a la cual solo se podía acceder a través de una puerta de madera.

Los vecinos de Casamentera, de vez en cuando, se acercaban a observar cómo trabajaba. Sentían curiosidad por saber qué había detrás de la puerta y de esos muros exteriores, que resguardaban lo que Fernandito consideraba su verdadera obra. Alguno intentó colarse por la noche, pero el cartero, había previsto este tipo de intrusiones dejando su cuidado a unos cuantos perros que, sin duda alguna, hubieran atacado a cualquiera que hubiera querido fisgonear más de la cuenta dentro de la construcción.

Pasaron los años, dos décadas exactamente, desde que Fernandito pusiera su primera piedra. Una mañana de domingo, convocó a todos los vecinos de Casamentera. La convocatoria tuvo gran expectación y todo el pueblo, sin excepción, acudió a ella.
 
El cartero empezó así su discurso:

—Queridos vecinos, os lo dije y no me creísteis. Lo he logrado. Aquí está mi obra. Sé que estáis deseando ver lo que hay detrás de estos altos muros que he construido con mis propias manos y, a pesar de todas vuestras burlas, os invito a pasar y a observar lo que yo solo he construido. ¿Seríais capaces de hacerlo vosotros?

Los vecinos, entre chismorreos y risitas contenidas, fueron cruzando uno a uno la puerta principal y empezaron a adentrarse en la construcción. Maravillados por las estructuras que la componían, y con ciertos gestos de admiración, se fueron alejando poco a poco de la puerta que les dio el acceso. Horas más tarde, a través de los muros, comenzaron a escucharse los primeros gritos de angustia. Todos ellos preguntaban por la salida.

Con esas voces de auxilio atravesando los muros, Fernandito, el cartero loco, contempló orgulloso su gran obra mientras todos sus vecinos, los que tanto se habían reído de él, deambulaban angustiados por su laberinto intentando encontrar la salida.

2 comentarios:

  1. Esas cosas de los pueblos, que al que es diferente le tildan de tonto. ¡Cuántos genios no se habrán perdido por culpa de las etiquetas!

    Nucky, ¡qué bien que sigas escribiendo!

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  2. Cuidado con el Karma. Todo lo que hacemos nos vuelve tarde o temprano. Si no, que se lo digan a los habitantes de Casamentera :-)

    ¿Y decías que este texto no te gustaba? Anda ya… Ni yo me hubiera imaginado un final como ese.

    Besos y abrazos.

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