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miércoles, 1 de febrero de 2012

SIETE AÑOS DE MALA SUERTE


        Siempre me consideré una chica con suerte, con más de la que una pudiera desear. Estaba acostumbrada a escuchar la frase “qué suerte tienes, Clara” aunque también, cuando alguna amiga se enfadaba conmigo, escuchaba “la suerte acaba cambiando, ¿sabes?”. Nunca me consideré una persona supersticiosa, tampoco tenía por qué serlo porque incluso los viernes trece durante toda mi vida la suerte siempre me había acompañado.

        También la suerte me acompañó el día que conocí a Manuel, el chico más guapo de todo el campamento de verano. Y supongo que la suerte tuvo algo que ver en todo esto porque, justo el día en que lo conocí, su novia, una de las muchas que había tenido, le acababa de dejar. Manuel y yo comenzamos ese mismo verano a salir juntos, el día que me pidió salir trajo entre sus manos un pequeño espejo y me lo regaló acompañado de unas palabras que aún no he podido olvidar: “para que cuando te mires en él, recuerdes lo mucho que te quiero”. Y, justo cuando pronunciaba esas palabras, dejó el espejo sobre mis manos con tan mala suerte (sí, eso mismo he dicho) que el espejo se rompió.

        Manuel, al ver el espejo roto, me preguntó “¿No serás supersticiosa, no?, porque tengo entendido que esto son siete años de mala suerte”. “¿Supersticiosa, yo?, vamos, hombre, si soy la chica con mas suerte del mundo”, le dije con una amplia sonrisa. El me la devolvió acompañado de un tímido “si tu lo dices…”

       Supersticiosa o no, desde aquel día las cosas más insólitas comenzaron a sucederme. Si necesitaba un taxi no aparecía ninguno, si cogía el paraguas no llovía pero si decidía dejarlo en casa la lluvia aparecía de inmediato. Que tenía que entregar un trabajo, anotaba mal la fecha. Que tenía una cita importante, no llegaba a tiempo. Que tenía que causar buena impresión, ya me encargaba de hacer algo para estropear el momento. Lo único bueno de todas aquellas situaciones era que Manuel estaba siempre allí, cerca de aquellos sucesos, para ayudarme o intentar consolarme, así que al fin y al cabo tampoco podía quejarme porque algo bueno seguía teniendo en mi vida.

        Así pasé más de seis años, acordándome de aquel espejo roto que aún guardaba con mucho cariño porque a pesar de todo, me recordaba la frase de Manuel y nuestro primer día juntos. No voy a negar que durante el séptimo año iba tachando los días del calendario para comprobar si pasado el fatídico día era capaz de recuperar la suerte.

        Y como todo en esta vida acaba llegando, también la hoja del 15 de Julio apareció en mi calendario, con un gran alivio por mi parte. Manuel me llamó, cenaríamos juntos como acostumbrábamos a hacer en nuestro aniversario, pero también me dijo que tenía un regalo especial para mí.

        No puedo ocultaros la felicidad que sentí esa tarde, porque seguía saliendo con Manuel y porque quizás mi racha de mala suerte finalizara esa misma noche. Y así, me puse mi mejor vestido y me dirigí hacia el restaurante rompiéndome, -algo tenía que suceder-, uno de mis tacones.

        Manuel me esperaba en la puerta, puntual, y nada más verme, me alargó una pequeña cajita, envuelta con su lacito rojo, a la par que me decía. “Han pasado siete años, ya es hora de que sustituyas el otro”. Cuando abrió la caja, encontré otro espejo, y tengo que confesar que sentí pánico al verlo, no quería volver a tener un espejo cerca, no hoy que presuntamente acabaría mi mala suerte. No me dio tiempo a rechazarlo porque el lo deslizó sobre mi mano, aunque esta vez, preocupada por que se volviera a caer, no le miré a los ojos, centré toda mi atención en ese torpe gesto y me di cuenta de que era premeditado. El espejo, cayó al suelo rompiéndose, como la primera vez.

        Le miré furiosa, él sabía que tenía que estarlo. Mientras el espejo era atraído por la fuerza de gravedad hacia el suelo, no voy a decir que por mi mente pasaron todos los momentos de mala suerte, pero sí unos cuantos, los suficientes hasta retroceder al mismo día en que salí con Manuel y a una escena similar a la actual.

       Manuel más que nunca fue consciente de la situación. Sabía que había sido descubierto y también sabía que ahora yo tendría que decidir, como lo hicieron sus otras novias, entre recuperar la suerte en mi vida o vivirla, tal cual, junto a él.

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