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miércoles, 20 de julio de 2011

SU PEQUEÑO MILAGRO



            Cuando quiso decir buenos días las palabras quedaron detenidas en su garganta y lo único que consiguió emitir fue un extraño sonido. Nunca pensó que aquella afonía sería el  presagio de un largo calvario. De un día para otro su expectativa de vida se vio reducida, como mucho, a un año y medio. En aquel momento, más de una vez, intentó encontrar una explicación a la pregunta: “¿Por qué a mí?" No tuvo sentido hasta que la escuchó en boca de otros, en aquella sala de hospital, donde más que “cobrar sentido” iría “cobrando vidas”.  

            Pasaba tres días completos del mes enchufada a una máquina.  Mientras duraba el tratamiento dejaba la mente en blanco y se olvidaba del personal sanitario que le rodeaba, de la cara de los demás enfermos, de la camilla donde se tumbaba... Luchaba contra el sonido de la  máquina de rayos donde completaba la terapia. Se consolaba con una vida que estadísticamente nunca tendría, deseaba volver a su casa y despertar de esa pesadilla. Pero nunca sucedía. Los días posteriores al ciclo de quimioterapia, mientras ésta seguía abrasando sus venas, se encerraba en su cuarto para que nadie la viera. A veces, en medio de la tarde, la puerta se abría y se deslizaba sigilosamente, para que nadie la oyera, hasta el servicio. La diferencia entre ella y otros enfermos como ella estaba en la capacidad que tenía de transformar sus propias circunstancias en algo positivo. En cuanto el cuerpo se lo permitía, volvía a su vida cotidiana entre ánimos y risas porque, sí, tenía cáncer, pero esos días se encontraba bien.

             Cuando le comunicaron que el tratamiento no le estaba haciendo efecto, a pesar de lo que esto significaba, sintió un gran alivio. Lo que pasó por su cabeza fue que  ya no tendría que ir más al hospital, que no tendría que pasar diez días encerrada en un cuarto recuperándose de aquella quimioterapia a la que tanto temía. Se vio quitándose la peluca y  peinando de nuevo su melena. Se vio eligiendo traje para la graduación de su hija, pensó en sus próximas vacaciones y, mientras hacía planes de futuro, los demás pensaban en lo que los médicos habían dicho, el cáncer estaba en un estado muy avanzado y la cuenta atrás, definitivamente, había comenzado.

            El tiempo pasaba, irremediablemente, mientras ella seguía viviendo con optimismo. No quería volver a oír hablar de la quimio. Cualquier cosa menos eso, se decía a sí misma, y así, aquella mañana, dirigió sus pasos hacia el centro médico donde le harían algunas pruebas para determinar el estado de su enfermedad. Aún recuerda la cara del médico, mezcla de incredulidad y sorpresa, cuando vio los resultados. No había una explicación científica para ese proceso, el tumor había remitido en esos meses sin tratamiento, su tumor en fase IV, inoperable y mortal, ahora podría pasar por quirófano para ser extirpado. 

Hoy, 10 años más tarde, mientras se mira al espejo observa en medio de su pecho, ascendiendo hacia el cuello, esa cicatriz vertical que siempre le recordará que esa historia le sucedió a ella. Hoy vuelve a formularse la pregunta que inició todo este proceso “¿Por qué a mí?” y mientras obtiene la respuesta de siempre, ante lo inexplicable de los hechos, se da cuenta de que la vida le concedió su pequeño milagro.

2 comentarios:

  1. Nuestro pequeño gran milagro puede estar en cualquier parte, a la vuelta de la esquina incluso.

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  2. ¿Y si cambiáramos el "por qué a mí" por un "para qué a mí"?

    Ana, eres una princesa, porque desciendes de una auténtica reina...de las de verdad.

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