El
señor Aguado, director general de los grandes almacenes “Mundo
elegante”, esperaba en su despacho la llegada de los candidatos al
puesto de gerente de compras y ventas para entrevistarles. Su
secretaria, la señorita Márquez, había llamado horas antes a la puerta
de su despacho y le había entregado un dossier con los currículos de
los candidatos que habían superado las pruebas de selección,
rigurosamente ordenados por orden alfabético. Un total de cuatro
personas, un hombre y tres mujeres componían la lista. El señor Aguado
examinó sus referencias con detenimiento, aunque ya sabía de antemano
cual sería su elección.
Realizó
las entrevistas. Cualquiera de las tres mujeres hubiera podido
desarrollar el trabajo perfectamente pero el señor Aguado se fiaba más
de los hombres y se decantó por Don Álvaro Espinosa, un joven licenciado
en comercio y negocio que, a pesar de su desconcertante aspecto y a
pesar de tener menos experiencia que las candidatas, le daba mayor
confianza para el puesto.
Don
Álvaro Espinosa comenzó esa misma semana a desempeñar su trabajo en
“Mundo elegante” y en unos meses se había convertido en una pieza
fundamental para la empresa. Las decisiones que tomó y las estrategias
de marketing adoptadas hicieron que la compañía aumentara sus ingresos
un 13% el primer trimestre. Aquellas cifras asombraron al señor Aguado y
le permitieron reafirmar su elección ante la junta de socios que, al
principio, habían dudado de su decisión. Estaba claro que la escasa
estatura de Don Álvaro, su pelo lacio, los trajes amplios que vestía, no
se correspondían con la imagen de gerente de “Mundo elegante” pero los
ingresos que había proporcionado a la empresa desde su llegada hicieron
que su aspecto dejara de tener importancia.
No
hizo falta ni un año para que Don Alvaro Espinosa pasara a formar parte
de la directiva de “Mundo elegante”. Cualquier decisión pasaba siempre
por sus manos. Sin duda alguna era la mano derecha del señor Aguado y
todos apuntaban a que sería su sucesor en la empresa.
Una
mañana, cuando Álvaro y el señor Aguado discutían en su despacho unas
decisiones importantes sobre ampliación de mercados, irrumpió en la sala
un hombre algo agitado que, perseguido por la señorita Márquez,
insistía que su mujer estaba allí. Al verlo entrar Álvaro y el Señor
Aguado se levantaron sobresaltados. El hombre, a su vez, se quedó
mirando a don Álvaro, como hacían todos los que le veían por primera
vez.
— Disculpe, Señor Aguado, no he podido hacer nada para retenerlo.
Insistía en que su mujer estaba trabajando en este despacho — dijo la
señorita Márquez algo avergonzada por no haber sabido controlar la
situación.
— Pues como ve, señor...
— Segura....
—
señor Segura, aquí no hay ninguna mujer — Dijo el señor Aguado echando
un vistazo a su alrededor — Si nos disculpa, estamos en una reunión muy
importante y nos gustaría proseguir con ella.
El
señor Segura no consiguió apartar la vista de Álvaro pero, antes de que
pudiera decir nada, fue el mismo Álvaro el que rompió el silencio.
— Luego hablamos en casa, Roberto.
El
señor Aguado se quedó perplejo ante aquella contestación. Miró
fíjamente a Álvaro y, por primera vez, pudo ver cómo un pequeño mechón
rubio asomaba por debajo de su lacio pelo negro.
Seguí con interés tu relato y al final no pude menos que sonreír.
ResponderEliminarFelicidades por este trabajo.
Un abrazo en la tarde.
Muchas gracias, Rafael, por el tiempo y palabras dedicadas a mi relado. Besos.
ResponderEliminar